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Mostrando entradas de 2018

Feminista que ama a macho (?) o La deconstrucción del querer

Un golpe de realidad me desdibujó de pronto el rostro de adolescente enamorada con el que escribía un corazón en Whatsapp. Le acababa de cancelar a mi mejor amiga para decirle que no sabía si la vería por buscar un regalo para mi pareja. Y, de nuevo, había aplazado redactar un nuevo texto sobre feminismo para escribir una especie de poema o de aforismos sobre el querer. Me espanté. ¿De nuevo la dejaba de lado a ella y a mí por un vato? ¿Qué no había aprendido nada? Me atrevo a decir que una de las principales preocupaciones de algunas jóvenes feministas como yo es abandonar su proceso de deconstrucción por terminar enamorada de alguien. Aún más si ese alguien es un onvre. O si esa forma de amor termina siendo a la vieja usanza: con un montón de romanticismo, de control, de violencia o de toxicidad.  Entre novios formales y amantes no exclusivos, he pasado ya por el macho tierno pero controlador, por el obsesionado con el trabajo para ser el proveedor y mi protector, el hist...

Para mí las poetas

Para mí, las poetas son aquéllas que ven colores en las palabras. Quienes convierten sus sensaciones en música sin un instrumento. Quienes evocan su infancia con toda vivacidad o fuerte melancolía. Y hacen que una quiera estar justo en ese momento o, mejor dicho, huir. Quienes no quieren explicar nada, sólo suenan. Se hacen escuchar. Yo quisiera ser poeta. Pero no veo en las letras más que el tono negruzco o grisáceo de la tinta. Oigo mis adentros sin armonía ni melodía. Silenciosos. Veo siempre mi niñez tan lejana y tan borrosa. Y tengo ese menester neurótico y ansioso De quererme explicar absolutamente todo De ponerme pretextos, de decir por qué no soy, y esconder mis ganas de querer ser poeta.

Heridas internas

Alicia Escobedo Hace unos meses, cuando iba en mi usual camino hacia todas partes, fui arrollada por un camión de tres y media toneladas llamado decepción amorosa. No estuvo en peligro mi vida, logré frenar antes de que sus ruedas pasaran por mi cuerpo, o mi cráneo. Y si bien, logré ponerme de pie y no necesité traslado urgente a un hospital (psiquiátrico, seguramente), tiempo después me encontraron algunas heridas internas. Las más graves de ellas y las que me han causado más mal fueron el resentimiento y la culpa. Son bastantes incómodas. De hecho, no puedo andar sin que de pronto las sienta, no me dejan respirar muy bien, y me nublan la visión. La mayoría de los especialistas me dijeron que desaparecerían con el tiempo, pero conozco mi metabolismo emocional lento. Así que el remedio más próximo y más barato que me pudieron recetar fue recurrir a la escritura. Según los doctores de la superación personal, la psicoterapia y la autoayuda yo debía escribir una carta pensando en aq...

Obstáculos y bloqueos

Alicia Escobedo 1. Un muro de sal impedía el paso de una gota. El lagrimal estaba a punto de explotar. 2. El anciano Miedo ocupaba toda la acera del pensamiento e impedía el paso a la señora Idea. 3. Déspota y controlador, como era, el pesimismo negaba a la sonrisa salir a embriagarse de buenos momentos. Pero quien verdaderamente estaba metida en problemas: 4. La escritura. Estaba encerrada en la mano con cinco vigilantes con hachas filosas. Tenía semanas sin comer. Los cuatro necesitaban un milagro, les urgía libertad. Fueron los recuerdos los héroes de esta historia. Robustos, violentos, golpearon a quien se les paraba enfrente. 1. Una canción diluyó el muro salado. Se mezcló con la gota hasta que escurrieron canto y llanto juntos. El lagrimal bailó gustoso. 2. La foto de un logro, con autoridad de agente de tránsito, ordenó al anciano Miedo orillarse. Pasó Idea. La circulación quedó liberada. 3. El recuerdo de juventud tuvo que gastar en cientos de ramilletes de colore...

Amar las flores

Alicia Escobedo Poco sé de ella. Sólo que, como yo, amaba las flores. Siempre me he preguntado si hay algo de su alma en mi ser. ¿Será que Dios se arrepintió de quitarle la vida y tres años después colocó partes de su esencia en mí? ¿Seré un ser distinto destinado a recordarla sin haberla conocido? Araceli, la que sería mi hermana mayor, tenía tres años de edad cuando murió. Demasiado rápido, como Gardenia. Nunca he tenido claro, siquiera, el motivo. En casa no se habla de su partida. "Decía: "Mila, la flolecita, quielo una flolecita", recuerda mi madre. Y entonces la casa se llenaba de colores y aromas a vida.  Así que cuando yo era pequeña, y mis padres me explicaron a grandes rasgos su historia me limitaba a hacer dibujos de una pequeña rubia-castaña con rizos, alas y una aureola y Rosas debajo, como si fuera un ángel que me cuidaba. Le rezaba en las noches y llegué a llorar porque no estaba a mi lado, cuando más necesitaba, una joven como ella dándome consejo...

Miedo a los cuartos iluminados

Alicia Escobedo Ella no le temía a la oscuridad. Pasó la temporada de auroras boreales encerrada en cuatro paredes, atiborradas de trampas para sueños. Aprendió a moverse con cuidado para no caer en el dolor, a callar para evitar castigos, a esconderse entre las sombras para no ser vista. Cobijada sólo por la nieve, conoció una falsa calidez, la que no es traída por el sol, era la tibieza que sólo venía de sus adentros, la que producía su sangre con el mero afán de sobrevivir.  Escapó. Pasaron seis meses antes que lo lograra. Lo hizo después de mantenerse sentada en un rincón, tratando de aclarar la vista para analizar la salida. De pronto, un destello se metió por una esquina raída del cuarto, carcomida por la humedad del hielo derretido. Ella lo observaba de lejos, sin saber qué era, se quedaba inmóvil y supo en esos momentos cómo era sentirse alegre. Contó el tiempo como pudo. Un minuto equivalía a sesenta bombeos de sus venas. Una hora eran cuarenta pestañeos con los ojos...

Silencio poderoso

El silencio no es la nada, deberíamos saberlo ya. No es sólo no oír palabras o ruidos, no es solo negarse a dirigirse al otro, no es sólo rechazo. El silencio es poder. Es una estrategia dura contra el enemigo, quizá la más despiadada de todas. Y a su vez, puede ser la forma más inocente de mostrar cooperación con el otro. Al callar, al no provocar alboroto, los seres humanos aceptamos y evitamos los problemas. Al callar, también, provocamos las guerras más atroces, las heridas más sangrantes, los dolores más profundos. Callarnos nos da, en algunas ocasiones, mucho sufrimiento y en otros, mucha paz. Ante los casos más mediáticos, que los periódicos y televisoras han mostrado en todos lados, las autoridades enmudecen. Tras haberse gritado e insultado, los amantes se van, ignoran. Tras haber sido desobedecidas, las madres se guardan las palabras para sus hijos. Tras haber sido traicionados, los amigos no vuelven a responder. El silencio también nos provoca una serie de sentim...

Repentino y Cautela (II)

CAUTELA Alicia Escobedo La melodía que tanto se había tardado en escoger para su alarma el día anterior sonó desde el buró de su cuarto, pero Cautela aún permanecía inmóvil. Ella siempre esperaba unos segundos antes de abrir los ojos, porque quería asegurarse que no seguía soñando. Despegó un párpado y luego el otro, tan lento que sentía como se despegaban entre sí sus pestañas superiores e inferiores. Aún acostada, contemplaba la negrura de una mañana envuelta en una cortina negra. Inhaló con calma, exhaló sin ganas y lo repitió en al menos cinco ocasiones. Faltaba reunir fuerzas para poner su espalda erguida y decirle al mundo: buen día. Deslizó el cobertor, después la cobija y dejó al final la sábana. Le temía al frío. Se puso los calcetines que tenía al pie de su cama y cuidó de levantarse, como siempre, con el pie derecho, no vaya a ser la mala suerte. Vio los números del relój en la pared, se quedó como hipnotizada en el 8, lo dibujaba con la mirada. Sabía que a esa h...

Repentino y Cautela (I)

REPENTINO Alicia Escobedo Repentino despertó con taquicardia, de nuevo, media hora antes de que sonara su alarma, y aún así sintió que se le hacía tarde. Se lanzó las manos a los ojos: le ardía quitarse cada lagaña; luego luego, sintió lágrimas en los cachetes, al parecer entre sueños había llorado."Pinche mariquita", se dijo, "Óra qué soñaste", añadió; de inmediato se empezó a culpar por no recordarlo. Volteó a ver el buró; el reloj que traía en su muñeca se lo había arrancado y lo dejó sin aliento en el tocador quién sabe en qué momento. Un resoplido de dolor llegó de la nada. Esa noche había perdido líquidos, el tiempo, la tranquilidad y hasta el aliento.  Le dolía, le dolía el pecho, la cabeza, el brazo en que se había acostado; le dolió el día, que tuviera que trabajar, no saber qué había pasado en la noche, le zumbó un oído por la presión, le pesaba todo. Deseó que fuera más temprano para poder quedarse en cama. "¡Qué regrese el tiempo ya!" Se...