Miedo a los cuartos iluminados
Alicia Escobedo Ella no le temía a la oscuridad. Pasó la temporada de auroras boreales encerrada en cuatro paredes, atiborradas de trampas para sueños. Aprendió a moverse con cuidado para no caer en el dolor, a callar para evitar castigos, a esconderse entre las sombras para no ser vista. Cobijada sólo por la nieve, conoció una falsa calidez, la que no es traída por el sol, era la tibieza que sólo venía de sus adentros, la que producía su sangre con el mero afán de sobrevivir. Escapó. Pasaron seis meses antes que lo lograra. Lo hizo después de mantenerse sentada en un rincón, tratando de aclarar la vista para analizar la salida. De pronto, un destello se metió por una esquina raída del cuarto, carcomida por la humedad del hielo derretido. Ella lo observaba de lejos, sin saber qué era, se quedaba inmóvil y supo en esos momentos cómo era sentirse alegre. Contó el tiempo como pudo. Un minuto equivalía a sesenta bombeos de sus venas. Una hora eran cuarenta pestañeos con los ojos...