Las concesiones de la amistad (Ensayo)
Hace unos meses me enteré que la madre de mi mejor amiga de la secundaria tenía más de un año de haber muerto. Lo más ingrato es que lo leí en una publicación de una red social, el único contacto que tuve con ella por mucho tiempo y por el que ambas sabíamos que la otra, a quien solíamos llamar incluso "hermana", seguía existiendo. Vergüenza fue una palabra pequeña para definir lo que sentí cuando supe la noticia. No sólo por saber que la que fue mi madre adoptiva ya no estaba, sino porque me di cuenta de lo mucho que me he alejado de mi amiga y de lo mucho que he dejado esa relación a la deriva. Ella también me ha relegado, no sabe en dónde trabajo ni si he sufrido durante más de 6 años en los que no nos hemos reunido. Y así, pese a que hemos perdido contacto, nos sentimos cómodas al saber que la otra estuvo y está ahí. Seguimos llamándonos amigas, aunque hemos sido pésimas compañeras de camino. En contraste, a quien consideré una gran amiga después, desapareció...