Amar las flores

Alicia Escobedo

Poco sé de ella. Sólo que, como yo, amaba las flores. Siempre me he preguntado si hay algo de su alma en mi ser. ¿Será que Dios se arrepintió de quitarle la vida y tres años después colocó partes de su esencia en mí? ¿Seré un ser distinto destinado a recordarla sin haberla conocido?

Araceli, la que sería mi hermana mayor, tenía tres años de edad cuando murió. Demasiado rápido, como Gardenia. Nunca he tenido claro, siquiera, el motivo. En casa no se habla de su partida.

"Decía: "Mila, la flolecita, quielo una flolecita", recuerda mi madre. Y entonces la casa se llenaba de colores y aromas a vida. 

Así que cuando yo era pequeña, y mis padres me explicaron a grandes rasgos su historia me limitaba a hacer dibujos de una pequeña rubia-castaña con rizos, alas y una aureola y Rosas debajo, como si fuera un ángel que me cuidaba. Le rezaba en las noches y llegué a llorar porque no estaba a mi lado, cuando más necesitaba, una joven como ella dándome consejos sobre qué hacer de mí..

De vez en cuando aún la recuerdo, aunque nunca la conocí. Ya no hago esos retratos mal trazados de ella. Pero la veo, con cada Crisantemo blanco, con aquel olor que asocio a "panteón", por todas las veces que visitamos en familia su pequeña tumba. Cuando entro en llanto y me acuesto en posición fetal y apoyo mi oreja en mis manos juntas. Al ver su foto en el comedor de mi casa. Al ver una niña con el cabello chino en la calle. En el rostro de mi otro hermano preocupado.

En mi adolescencia yo afirmaba con descaro: "Por un lado estuvo bien no tener una hermana, seguro nos pelearíamos todo el tiempo". Eso fue antes de conocer el valor de las mujeres a mi lado, la sororidad y las formas mañosas en que la sociedad nos enseña la enemistad entre mujeres. Estoy segura que ahora ella sería mi mejor amiga. Se uniría conmigo y mis compañeras de juerga, sería una Flor del Mal y nos traería siempre un Diente de León para alegrarnos la tarde.

Sé que ella no me hubiera juzgado, me hubiera dado consejos para no caer en errores y se hubiera unido a mí para alejar demonios, o para atraerlos. Para nadar juntas como Lirios, o bailar con Claveles en los labios.

Inconscientemente, en mis conocidas ahora la busco, busco su cercanía, busco pedazos de una niña inocente que se fue, injustamente de este mundo.

¿Cómo puedo amarla sin saber siquiera cómo era su sonrisa? Sé que ahora que empezaré una nueva etapa de mi vida su espíritu caminará conmigo. Me recodará comprar un ramillete de las flores favoritas de René en La Elegancia del Erizo y me dirá aquélla frase del libro: "Porque una Camelia puede cambiar el destino".

A veces cómo quisiera cambiar el destino. Saber realmente cómo hubiera sido ella. Quizá sin su muerte mis papás no se hubieran interesado en concebirme. Quizá sin su muerte, el ser dentro de mi cuerpo sería distinto. Eso no importa. Aún así quisiera que ella estuviera. Que viniera aquí, aún si yo no existo, y que le enseñara al mundo cómo amar las flores.



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