Silencio poderoso
El silencio no es la nada, deberíamos saberlo ya. No es sólo no oír palabras o ruidos, no es solo negarse a dirigirse al otro, no es sólo rechazo. El silencio es poder. Es una estrategia dura contra el enemigo, quizá la más despiadada de todas. Y a su vez, puede ser la forma más inocente de mostrar cooperación con el otro. Al callar, al no provocar alboroto, los seres humanos aceptamos y evitamos los problemas. Al callar, también, provocamos las guerras más atroces, las heridas más sangrantes, los dolores más profundos.
Callarnos nos da, en algunas ocasiones, mucho sufrimiento y en otros, mucha paz.
Ante los casos más mediáticos, que los periódicos y televisoras han mostrado en todos lados, las autoridades enmudecen.
Tras haberse gritado e insultado, los amantes se van, ignoran.
Tras haber sido desobedecidas, las madres se guardan las palabras para sus hijos.
Tras haber sido traicionados, los amigos no vuelven a responder.
El silencio también nos provoca una serie de sentimientos que nos tragan por dentro
A mí por ejemplo. Me da rabia ver en una relación de violencia, ver cómo todos le dicen al maltratado o maltratada, que se vaya, que no sea tonto, que grite, que denuncie, que se niegue. Pero al agresor nadie le dice que se aleje, nadie le exige que deje de hacer daño. Nos callamos ante el poderoso y le gritamos al débil. Nos hacemos güajes con el camarada infiel, porque nunca tendremos el valor de decirle a la engañada lo que su esposo calla. Le diremos "Ese güey no es para ti", pero nos acobardamos de decir la verdad, porque sabemos que en el fondo también somos mentirosos. El silencio es la complicidad y la cobardía.
Me enferma saber que alguien hizo publica la intimidad de otra persona. Olvidó que la información clasificada se entregó a partir del cariño y la confianza del otro o de la otra. El silencio es respeto.
Pero por otro lado no soporto a quien me pide que guarde lo que a todas luces es una injusticia para preservar su reputación. Me burlo ante el que se ha negado de decir la verdad, sólo porque quiere. Como si fuera un experimento. Cuando yo he guardado la injusticia es porque sé que él o ella solo va a decir lo que nadie quiere que sepa. El estar callada es como una forma de dar una tregua. Pero el silencio se escapa y es cuando la verdad explota, a manera de granada, botando pedazos de realidad y justicia por todos lados y echando a la basura la bonita historia de mentira.
Me da tristeza ver cuando el herido no puede decir ya nada, su boca y sus manos se han sellado. El silencio es un mecanismo de protección, para evitar más dolor, pero también para evitar enfrentar lo que sabemos que sobrepasa.
Admiro al ignorante que calla, que prefiere no opinar o dar su versión de los hechos que no ha vivido. La mayoría preferimos notas voladas o crónicas con base en la imaginación. El silencio es para el escritor que reconoce que aún no tiene la historia bien armada y prefiere, entonces, no escribir de lo que no sabe.
Me inclino ante quien sabe qué de lo que está en su cabeza merece salir. A aquel que guarda lo que no entiende y analiza sin ruidos lo que merecer ser analizado. Esas cabezas expresan brillantez. Es el silencio antes de una función, el que genera expectativa antes de mostrar el mejor espectáculo, no lo peor.
Agradezco a quien protesta con las injusticias. A quien el silencio le hace los mandados, porque sabe que debe de mostrar todo el guateque que hizo un desgraciado.
Entiendo a quienes prefieren guardar sus talentos y sus mejores momentos en una caja. En algún momento saldrán solos dando tamborazos y trompetazos con buen ritmo.
Anhelo que quien tiene dolores, en algún momento pueda contarlos. Porque el silencio también carcome como polilla el interior de hasta el roble más fuerte.
¿Cuándo debemos entonces usar el silencio, cuándo deberíamos romperlo como pared? Quien tenga duda de cómo usar un arma, debería bajarla y ponerse al suelo con las manos tras la cabeza. El silencio es poderoso y puede matar, casi tanto como lo hacen las palabras.
Callarnos nos da, en algunas ocasiones, mucho sufrimiento y en otros, mucha paz.
Ante los casos más mediáticos, que los periódicos y televisoras han mostrado en todos lados, las autoridades enmudecen.
Tras haberse gritado e insultado, los amantes se van, ignoran.
Tras haber sido desobedecidas, las madres se guardan las palabras para sus hijos.
Tras haber sido traicionados, los amigos no vuelven a responder.
El silencio también nos provoca una serie de sentimientos que nos tragan por dentro
A mí por ejemplo. Me da rabia ver en una relación de violencia, ver cómo todos le dicen al maltratado o maltratada, que se vaya, que no sea tonto, que grite, que denuncie, que se niegue. Pero al agresor nadie le dice que se aleje, nadie le exige que deje de hacer daño. Nos callamos ante el poderoso y le gritamos al débil. Nos hacemos güajes con el camarada infiel, porque nunca tendremos el valor de decirle a la engañada lo que su esposo calla. Le diremos "Ese güey no es para ti", pero nos acobardamos de decir la verdad, porque sabemos que en el fondo también somos mentirosos. El silencio es la complicidad y la cobardía.
Me enferma saber que alguien hizo publica la intimidad de otra persona. Olvidó que la información clasificada se entregó a partir del cariño y la confianza del otro o de la otra. El silencio es respeto.
Pero por otro lado no soporto a quien me pide que guarde lo que a todas luces es una injusticia para preservar su reputación. Me burlo ante el que se ha negado de decir la verdad, sólo porque quiere. Como si fuera un experimento. Cuando yo he guardado la injusticia es porque sé que él o ella solo va a decir lo que nadie quiere que sepa. El estar callada es como una forma de dar una tregua. Pero el silencio se escapa y es cuando la verdad explota, a manera de granada, botando pedazos de realidad y justicia por todos lados y echando a la basura la bonita historia de mentira.
Me da tristeza ver cuando el herido no puede decir ya nada, su boca y sus manos se han sellado. El silencio es un mecanismo de protección, para evitar más dolor, pero también para evitar enfrentar lo que sabemos que sobrepasa.
Admiro al ignorante que calla, que prefiere no opinar o dar su versión de los hechos que no ha vivido. La mayoría preferimos notas voladas o crónicas con base en la imaginación. El silencio es para el escritor que reconoce que aún no tiene la historia bien armada y prefiere, entonces, no escribir de lo que no sabe.
Me inclino ante quien sabe qué de lo que está en su cabeza merece salir. A aquel que guarda lo que no entiende y analiza sin ruidos lo que merecer ser analizado. Esas cabezas expresan brillantez. Es el silencio antes de una función, el que genera expectativa antes de mostrar el mejor espectáculo, no lo peor.
Agradezco a quien protesta con las injusticias. A quien el silencio le hace los mandados, porque sabe que debe de mostrar todo el guateque que hizo un desgraciado.
Entiendo a quienes prefieren guardar sus talentos y sus mejores momentos en una caja. En algún momento saldrán solos dando tamborazos y trompetazos con buen ritmo.
Anhelo que quien tiene dolores, en algún momento pueda contarlos. Porque el silencio también carcome como polilla el interior de hasta el roble más fuerte.
¿Cuándo debemos entonces usar el silencio, cuándo deberíamos romperlo como pared? Quien tenga duda de cómo usar un arma, debería bajarla y ponerse al suelo con las manos tras la cabeza. El silencio es poderoso y puede matar, casi tanto como lo hacen las palabras.
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