Terminar una relación es, por lo menos, penoso, triste, decepcionante y, por lo más, desgarrador o traumático. El proceso de sanar (incluso el más benevolente) es intolerable y cualquiera desea atraversarlo de manera vertiginosa, sin mucho costo emocional. Es terrible y nadie nunca quiere volver ahí. Pero la etapa más histérica, a mí parecer, fue aquélla en la que acepté que debía avanzar y que por fin me abrí a la posibilidad de sentir, de querer y de pensar que podía volver a tener una pareja. A falta de un concepto psicológico rimbombante que explique esta situación, le llamaré momentáneamente: la época de ligue post-duelo.
Primero, me queda claro que la recuperación de una decepción amorosa tiene sus ires y venires. Cuando me sentía con la disposición de aceptar que mi ex ya no estaba, ni va a estar, ni quería que estuviera, de pronto, así como si pisara una coladera en el camino, me acordaba de nuevo de lo que vivimos. ¿Significaba que seguía enganchada a él? No necesariamente. De los recuerdos decentes sí, porque muchas veces de las memorias se compone la historia propia.
Ahora, consciente de esto, después de tres meses de estar en terapia, verbalicé que ya estaba abierta a conocer personas. ¿Era mucho o poco tiempo? Tengo amistades que tardaron tres días (como La Doña), hay expertos que juran que 28 días es lo apropiado, hubo quien me espetó que debía esperar seis meses "¡como mínimo!", quien me vio cara de matemática y me hizo sacar la cuenta: la mitad de tiempo de lo que duró la relación y restarle o sumarle lo que se creía conveniente. Otras personalidades, evidentemente más sensatas, me dijeron que cada quien a su ritmo. Desde ahí empezó el desconcierto. Nadie se puso de acuerdo. Entonces, entre el desorden, la necedad y la calentura, a nadie le hice caso.
Mi terapeuta me habló que ella había ubicado un fenómeno similar al mío. No era la única mujer que después de despedirme de una relación "estable", me animaba a salir con varios (hombres principalmente, pero no estrictamente) para ver qué pasaba y en el proceso me encontraba con mi propia ansiedad, confusión, inestabilidad y desconocimiento de qué chingados hacer. Es decir, yo había aceptado, inconscientemente, el destino de mi contexto como mujer de cierto nivel socieconómico, de cierta edad.
Como otras iguales a mí, yo estaba muy desconectada de mi voz interior (o llámese intuición, conciencia, criterio, sentido común, lo que sea según la corriente filosófica-cosmovisión que más agrade). Y me expuse a un montón de mensajes del exterior, mixtos y mezclados, y, por lo mismo, contradictorios. Acá enlisto lo que topé gracias a las recomendaciones de las personas de mi alrededor, que, mayormente, tenían buenas intenciones. Pero no por nada dice el dicho: de esas, están llenos los panteones.
Entre el "¡Por fin soltera!" y el "es tiempo de loquear"
Tristemente, la euforia fue lo que menos duró -la de las personas a mi alrededor, porque mía nunca hubo, realmente-. Mis amistades se morían de ganas de abrirme alguna app llámese Tinder, Bumble y si hubieran podido, hasta el Grindr. Ahí me tienen, por la presión social, eligiendo las fotos más seductoras que tenía guardadas. Fracasé. Tengo la costumbre de tomarme puras selfies donde exagero mi papada o donde incluyo a medio mundo (sobre todo amigas guapísimas y amistades de la diversidad sexogenérica). Todas chistositas, pero poco útiles para el concepto de "ligue", porque me gusta ser espontánea o mejor dicho, ridícula.
Fallé, también, porque la sola idea de revisar la opciones de la comunidad soltera capitalina, como quien revisa el menú en Uber Eats, me parecía horrorosa. Una vez, en mis tempranos veintes lo hice y me hallé con quien me mintió con la edad, el pequeño burgués que se creía con el derecho de poseerme y desecharme, un montón de gente que, aunque me esforcé, no fue tan relevante ni para recodar su nombre. Y a mí misma desolada, fría y desvinculada de mi cuerpo y de mis emociones. El recuerdo (o más bien el trauma) me hizo decir: paso. Admiro a quien lo ha logrado y a quien lo intentó y dijo: por favor, ya no más, es tiempo de parar.
"¿Que tu amigo se muere por conocerme? Ay, no"
Acá va a salir mi pensamiento rígido, digno de toda personalidad obsesiva: la gente se conoce en el momento exacto, cuando tiene que conocerse, ni antes ni después. Punto. Entiendo a las personas que aman ser doctoras corazonas, pero forzar encuentros es adelantar el fracaso. Lo que otros creían que era lo mejor para mí, podía no serlo. Entonces, fue muy difícil explicar a mi amigo, por qué siempre no le gusté a su primo vegano gluten free o a mi amiga por qué no conecté con su compa más joven que se aventó el comentario cuasi panista contra "esas feministas que dañan monumentos".
Aquí también recibí múltiples consejos sobre cómo debía interactuar con las personas. Hubo quien me dijo que después de hablar continuamente con alguien, probara no hablarle tres días, para tenerle enganchado. También me dijeron: "No les respondas tan rápido", "Activa tus palomitas azules para ver su última conexión", "Aguanta una cita más sin besarle", "Ahora velo hasta dentro de dos semanas". De modo que no sólo tenía que aprender a autorregular mis afectos, mis palabras, mi ímpetu, mis expectativas, sino todo tipo de contacto. Todo, entonces, se volvió más complejo y artificioso. En defensa de quienes me aconsejaban esto, puedo decir que les entiendo, muchas relaciones en sí parecen juegos de estrategia, estilo Catán, donde lo que se busca es expandir el territorio y quitarle al otro su materia prima. Lo orgánico casi nunca se encuentra ni en el campo mejor trabajado. Yo aún así estaba dispuesta a jugar y a sembrar mi huertito, para ver si crecía aunque sea alguna planta.
"¿Dónde hay que formarse?"
Aquí le aprendí a Ticketmaster eso de hacer filas virtuales y me volví un poco ruin en el proceso. Hubo conocidos que se apuntaron demasiado pronto a invitarme a salir, otros que lo hicieron demasiado tarde. Yo también tengo que aceptar que daba los turnos de manera muy desorganizada, como trabajadora de banco. La verdad también metí en "la cola" a uno que otro, que la verdad ni era candidato a tener una cuenta y que ni quería entrar al sistema financiero. Y quise sacar al que quería contratar todas las tarjetas de crédito, porque yo realmente no tenía ningún producto rentable que ofrecerle. Bueno, ninguna sucursal es perfecta. Con suerte, cuando sea la hora de cerrar, nadie acabará enojado, mentándole la madre al sistema. Y si sí, pues habrá que aceptar la crítica destructiva.
Lo más valioso de este proceso, para mí, fue que aprendí a poner filtros y requisitos. Si usted no trae INE (o sea: si mínimo no me hace una invitación decente y no me sale con "pues si quieres, cáele al depa"), no pasa, joven. Perdón a quien resintió la burocracia (aunque la verdad no lo lamento tanto). No es que hubiera muchos clientes, pero sí poca disponibilidad (y ganas) para atenderles.
"¿Y si mejor no sales con nadie o te haces lesbiana?"
No había mucho que responder acá. Porque no quiero, porque no puedo y porque ya lo intenté. Ni modo, la atracción sexual (entiéndase como instinto suicida) existe y es lo que es.
Hubo quien, con toda la arrogancia, se atrevió a cuestionar mi amor propio (porque todos piensan que tienen la autoridad para decir cómo cultivarlo). Me fiscalizaron el número de historias que subía a Instagram, disque por exponerme demasiado, y me regañaron por dejar que cualquiera tuviera "mi energía" sexual. La verdad esos discursos se me hacen lo mismo que el "mijita, date a respetar", y pues ya estoy grandecita para adoptar moralidades ajenas.
Lo que sí puedo decirles, a esas queridas personas, que he aprendido a proteger mi corazón. No soy la cuidadora del año, tampoco, pero al menos las necesidades básicas (que coma, que duerma, que tenga su medicina) están cubiertas. Ahí agradezco a mis amistades, mi psicóloga, a la música y a mis viajes sola con mi soledad, idas al cine y encerrones con la gata, porque me cacharon en los momentos de frustración, tristeza e histeria.
¿Qué le podría decir a quien está en esta etapa de ligue post-duelo? Que está muy padre eso de que "estar soltera esté de moda", pero tampoco hay que romantizarlo ni idealizarlo. Sí es muy importante que, en este proceso de conocer a otros, el enfoque más bien sea el conocerse a una misma. Es decir, el fin no es tener novio. El fin es saber qué gusta, qué no y qué me acomoda a mi personalidad, a mi historia de vida y a mis expectativas. Que es una etapa cansada y requiere tiempo y energía emocional, y que no es obligatoria darla. Que espero que otras la disfruten más que yo, que entiendo que suelo sobre-pensar, ser algo conservadora y ser muy pesimista.
Que es muy importante que en cada cita, en cada experiencia una se detenga, se sienta y revise cómo está desde lo profundo: si hay ansiedad, qué la pudo generar. Si más bien hay tristeza, alegría, paz. Que vaya paso a paso. A mí me fue más fácil una cosa a la vez (una cita, una alegría, una decepción). Para poder escucharme y hacer balance de daños y ganancias.
Hay que contarlo a todo mundo, porque narrarlo ayuda a dar claridad, porque es más seguro que los demás sepan dónde estoy y con quién, porque vivo en un mundo violento y machista (y porque es posible que ellos hablaran de lo que vivimos, así que era mejor que yo controlara la narrativa). Que no era mala persona si algo no lo hice de la mejor manera. Que no era la única que ha pasado por esto, más bien, ha sido algo que hemos callado las solteras y que ya no tenemos por qué callar.
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