Heridas internas

Alicia Escobedo

Hace unos meses, cuando iba en mi usual camino hacia todas partes, fui arrollada por un camión de tres y media toneladas llamado decepción amorosa. No estuvo en peligro mi vida, logré frenar antes de que sus ruedas pasaran por mi cuerpo, o mi cráneo. Y si bien, logré ponerme de pie y no necesité traslado urgente a un hospital (psiquiátrico, seguramente), tiempo después me encontraron algunas heridas internas.

Las más graves de ellas y las que me han causado más mal fueron el resentimiento y la culpa. Son bastantes incómodas. De hecho, no puedo andar sin que de pronto las sienta, no me dejan respirar muy bien, y me nublan la visión. La mayoría de los especialistas me dijeron que desaparecerían con el tiempo, pero conozco mi metabolismo emocional lento. Así que el remedio más próximo y más barato que me pudieron recetar fue recurrir a la escritura.

Según los doctores de la superación personal, la psicoterapia y la autoayuda yo debía escribir una carta pensando en aquéllas personas que aún guardaba en mi interior y me hacían daño. Que pensara en su modo de actuar, sus motivaciones y su forma de ver la vida. Que me pusiera en los zapatos del conductor que me atropelló y le diera el perdón. Después, me dijeron, debía redactar una carta con el mismo propósito dirigida a mí misma. Que me disculpara conmigo por el modo en que crucé la calle sin cuidado.

Lo segundo, sin duda, lo necesito. Lo primero me niego a hacerlo.

Me niego porque estoy segura que el chófer y los acompañantes que iban en aquel vehículo no hicieron  nada para evitar dañarme. Me niego, porque ya duré mucho tiempo pensando en los demás. Incluso ese día pensé antes en los otros peatones que estaban cerca antes que preocuparme por mí. Me niego, porque dudo que aquel transportista lo que necesite de mí es el indulto, y no puedo dar lo que no se me ha pedido.

Sé que negarme a perdonarlo sólo me causa daño a mí. Que el automovilista está como si nada, porque tiene una aseguradora que repara los daños materiales. Él continúa conduciendo por cientos de avenidas sin modificar ni su velocidad, ni sus errores de manejo, ni ha mejorado su vehículo para que contamine menos. Y vaya que creo en la reparación del daño y en los acuerdos reparatorios, pero no creo en un mal conductor reincidente.

En cambio, sé que el proceso de perdonarme, de revisar mis propias lesiones y corregir mi cultura vial es urgente, pero no será nada fácil. No lo ha sido.

Hablo conmigo todas las noches, trato de quitarme todo lo que he visto en mi día: la vida, la muerte, el dolor, el estrés del tránsito. Trato de volver a ese momento y desentrañar lo mucho que me arriesgué. Y aunque me doy cuenta que era incapaz de defenderme ante tal monstruo de hierro, duele.

Duele más que todas las fracturas. Duele porque no era tan fácil como ponerme un curita y ya. Duele porque no es como una herida superficial que se limpia todos los días y se aplica antisépticos para librar una infección. Un daño interno así no cicatriza pronto.

Yo sé que no soy una mala transeúnte, aunque en esta ciudad no me faltarían motivos para serlo. Sé que lo único que quería ese día era llegar a una buena vida, una buena autoestima, un buen amor. Sé, ahora, que mis pasos son fuertes y decididos. Sé que no quiero ni quise interrumpir al camionero ni dañar su unidad. Que ofrecí incluso todo mi dinero, que me quedé ahí todo el tiempo necesario, que fui sincera con los oficiales que llegaron como primeros respondientes. Que me esforcé. Que aguanté.

Pero me pido perdón. Perdón por haber caminado cansada. Por no haberme dado las suficientes horas de sueño tras el accidente. Perdón por haber permanecido en ese lugar. Perdón por no haberme ido pronto. Por haber ido de prisa. Perdón por no gritar. Perdón por no haber escuchado el ruido de afuera, de la calle. Perdón por no haber visto la luz roja, las alertas. Perdón por haber aceptado salir, aún  cuando yo no quería. Por haber bajado la guardia. Por no haber visto hacia todos los lados, por haber sido tan ciega.

Perdóname, Alicia. Te prometo que lo voy a solucionar. Haré todo lo que esté en mis manos por no ponerte en peligro de nuevo en tu avanzar por esta vida. Por llevarte a todos los lugares que quieres conocer con el mayor cuidado. Que aprenderé a manejar para que no tengas que caminar cuando no sea necesario. Que viajarás de vez en cuando acompañada, con alguien quien tenga la misma idea de cultura vial que tú necesitas. Que me alejaré de los cruces peligrosos y utilizaré los puentes peatonales.

Que guardaré todo el reposo necesario, mientras observas nubes (porque amas verlas) en lo que te recuperas. Que volverás a bailar sin sentir un achaque. Que reirás sin dolor. Que olvidarás el incidente de tránsito, pero no el aprendizaje que te dejó. Alicia, verás que haré todo por ti.

Haré todo por mí misma. Y no quedará nada de aquel día, de aquella decepción amorosa.

Comentarios

Publicar un comentario

Más leídos

El diseño (texto para una tarea)

Tantas muertes

Bienvenida escrita